martes, febrero 02, 2016

No me lo creo

La miro y no me lo creo. Tiene una mirada como si penetrara cual fantasma por todas la barreras que he puesto en la vida. Miedo a creer, temor a soñar, caídas en falso, levantadas sin fuerzas... Todo aquello que nos sirve para ocultar quién somos. Esa definición que, con tantas vivencias, nos sirven más de excusas que de enseñanzas. Ella no. Ella se burla de eso. Ella simplemente me atraviesa y se ríe de todo aquello. Ve mi alma, juega con cada sentimiento y lo vuelve a poner en su lugar. Me ordena y me desordena y me vuelve a ordenar a su antojo. Me juré no volver a escribir la palabra 'suspiro' pero ella me ha despertado tantos que, es imposible no contarlos. Seis, siete por hora se van escapando y exhalo como si el aire se acabara porque su sonrisa abarca cada rincón de la habitación donde simplemente la miro. Y no me lo creo. Me he vuelto escéptico a las caricias porque tienen un camino y, cuando se acaba la piel, se desvanecen en el aire. Cada círculo en mi espalda o las letras que se graban en mis poros con la tinta invisible de los dedos, despegan cuando siempre hay un final. Los de ella se adentran en mi piel. Se burlan de la ciencia y, sin torpeza alguna, se echan un verso en mis nervios; convirtiéndose en juglares de sus mimos. Qué fácil es amar cuando se trata de ella.
Si en algún momento vuelvo a pararme en la negativa de la dicotomía ridícula, recuérdenme mirar alguna foto con su mirada enamorada y brillante... Así, no volveré a creer.
Es que no creer en este universo donde todo está dicho y hecho, sólo surge de ella; quien me demuestra que aún hay un amor por decir y, antes que cualquier otra cosa, por hacer. Eso último que me incumbe: no me lo creo.

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