miércoles, octubre 22, 2014

Pensando con Clase

A veces, paso al frente para que hable la rabia. Ella tiene una capacidad de desbordarse cual lluvia en tormenta. Mira alrededor con sus ojos rojos y los recuerdos salen disparados en palabras de plata. Puede destruir todo pasado vivido, porque la cólera todavía la carga en la piel. De las cosas que rescato de la rabia, es que no sube el tono de su voz a menos que sea necesario; con el fijo de su boca puede cortar fácilmente con un susurro. Levanta su puño y las venas de la ira se pueden ver latir desde la distancia (así el oyente sea miope, como los enamorados). Aún así, la rabia habla únicamente una vez cada semestre porque puede ser demasiado perjudicial para los asistentes y, resaltando cualquier otro problema, puede traer un amor equivocado a la clase.
Otras veces, la batuta es cargada en suspiro. Él, tan perro como la timidez y tan gato como la desconfianza, es un viento de pocas palabras. Sus ojos se cierran cuando el público lo espera para escuchar su voz. Su aliento deja que la cabeza diga lo necesario en un pequeño lapsus eólico. Me fascina cuando levanta su pecho, con cierto orgullo silencioso, como quién respira y aspira lo puro. Amo a este personaje porque me ha traído grandes historias (no importa la duración, como un buen beso) A pesar de todos estos halagos, el suspiro no se mueve. Es decir, mueve a quién lo entiende y se quiere llevar un pedazo de él para el transcurso de la vida, pero no es para todas las personas. Puede llegar a ser confundido, con un hipo o arcada; éste último cuando uno se encuentra en estado de embriaguez.
Y el resto de veces, dejo de pensarla por temporales o la pienso como ahora: a secas...


lunes, septiembre 29, 2014

Escalofrío que se arrastra

"Ultimamente, siento en ocasiones un escalofrío que se arrastra; como rogando ser declarado único en su especie. Tiene ese sabor a moneda de níquel distribuido entre 1987 y 1989, donde carga un menjurje de gérmenes y tiempo (dos elementos que sólo traen una gran evolución de problemas). Empieza, por lo general, desde la rodilla izquierda con un dolor que siempre se disimula al moverla de arriba hacia abajo, mientras me pregunto si llevo mucho tiempo de pie. Una vez he hecho un recorrido mental del día por mi memoria, noto que ha llegado el escalofrío raro que se arrastra. Mientras empiezo a caminar por el lugar donde me agarre (no distingue espacios, por lo que logrado notar), trato de correr entre distracciones para no quedarme con el terror que, en cualquier momento, subirá hacia el estómago y retorcerá las entrañas para hacerme exhalar el desespero sin incapacidad para escapar. Ahí, cuando ya no queda de otra que decir mi nombre en silencio y presentarme como un resignado enfermo, me doy cuenta que éste ya está susurrando un zumbido que el meñique (por más ágil que se mueva en el contorno auditivo) será inútil.
Tengo miedo. No de morirme, porque para allá vamos todos (pero prefiero que no me agarre cagando, porque sacarme literalmente de la mierda, sería demasiado para pedirle a cualquier vivo). Me da un poco de pánico que este escalofrío sea el principio de una enfermedad. ¿Qué tal que sea crónica? No, no, no. Yo no soporto una degeneración. Tengo mucho pero mucho miedo: verme débil con el paso del tiempo y con la ironía de no volver a dar un paso. Si ahora el miedo le da por ser una enfermedad...

Me cago. 

Pero sin morirme. "

Otro poema creado por Porfirio Tomate.

miércoles, julio 23, 2014

Maravillosa Conclusión

Me he tomado unos minutos de silencio para pensarte que he mezclado con hierbabuena, soda y ron. Y, al mirar el fondo del vaso, he llegado a una maravillosa conclusión: prefiero tomar mojitos sin ti...

viernes, mayo 23, 2014

Interrogatorio # 1

Si vamos a hablar de ella tomémonos un momento y, con su respectivo permiso, déjeme tomarme el resto del vino que queda; necesitaré hidratar mis ganas de hablar sobre ella. Sírvame a lo que de la botella y lo que la copa aguante. Nunca he comprendido por qué las copas de vino son tan grandes y los tragos tan cortos. Tal vez de eso se trata el lujo... Está bien, empecemos:
La conocí una noche cualquiera, como de esas nocturnas decisiones en el que uno no quiere la cosa. No hubo un cliché que arropara la historia que estoy contando. Por el contrario, ella acababa de salir del baño y había vomitado 7 tónicas adornadas con ginebra que había tomado antes de que yo decidiera salir. Un poco de ese vómito colgaba aferrado de su manga izquierda. Deduje que se había limpiado con ella, porque tenía tacones pero la clase hoy no se define por los zapatos sino por la calidad de los besos... y a qué tipo de poeta se los dan. En fin, no trae relevancia al caso. La vi salir y me reí. La escena era demasiado graciosa: abrió la puerta del baño con su codo para no untar el resto de sobriedad que le quedaba y su caminar delataba que las copas habían hecho de ella una diana perfecta para revolcar el resto de la noche. No campeón, su nombre no era Diana...
¿Necesita el nombre real? ¿Para qué? No veo necesidad alguna sí lo que me pregunta es cómo fue el primer encuentro. Además, dejémosle el nombre que me dijo usted ya que es más adecuado a la personalidad que conocí.
¿En qué iba? Ah si... En realidad no recuerdo el primer acercamiento. Creo que mientras la miraba, el televisor del bar gritó por un instante y yo salté a mirarlo de mala gana. Cuando volví a ver hacia el baño, ella ya no estaba. No, el sitio no era tan grande pero es difícil reconocer a una mujer vestida de negro en esta época. ¿Ha notado cómo todas se visten de negro? Es como si fueran a un funeral o a ver a quién pueden hacerle luto en una cama. Me distraje mientras masturbaba el whisky con hielo y, cómo por arte de magia, se encontraba al final de la barra limpiando los restos del "desastre" con una servilleta mojada de una piña colada. Ja! Me encanta rimar sin querer.
¿A quién le importa de quién era la piña colada? No tengo ni la menor idea! No, no la vi tomando en todo el tiempo que estuve ahí. Falso... si se tomó un vaso con agua que el bartender le regaló. Ahí fue cuando se desmayó...