viernes, enero 15, 2016

Ensayo de la Felicidad P.1.

La felicidad tiende a convertirse en una meta. Es estúpido, lo sé. Se ha dicho tantas veces que <> o <> que se convierte en el punto de llegada de la vida. ¿Qué necesito para morir en plenitud? La felicidad. Así que empezamos a ser felices porque si, porque no, porque toca, porque si sonrío logramos que el cerebro emule la felicidad... La felicidad se convierte entonces en una necesidad y, bien es sabido, la necesidad no viene sola: de la mano siempre viene la frustración. Una cadena de hierro repleta de miedos, envidias, celos, preguntas inconclusas y conclusiones estúpidas suena cada vez que camina dicha frustración. Viene lerda, con paso perezoso, como todas las necesidades innecesarias. Así es, la felicidad para este escritor no es una meta... ¿Por qué habría de serlo?

Ser feliz no viene un intrínseco en el ser humano. Pregúntenle a Edgar Allan Poe. Bueno, está un poco complicado. Pero bien es sabido que jamás tuvo un momento de felicidad en ebullición al éxtasis. En ninguna foto se presenta con una carcajada o echando un chiste. La felicidad era un regalo que simplemente nunca estuvo a su nombre o, sí se lo dieron en algún cumpleaños, no lo invitaron. Poe la tenía clara: "It is a happiness to wonder, it is a happiness to dream". En otras palabras, la felicidad viene de lo que deseamos y soñamos. A este rato, vinimos a vivir y a soñar.

Así dejo entonces escrito que la rabia que tengo conmigo, no es por lo que tanto que nos han publicitado de la felicidad. Más bien, viene de aquellos momentos en los que fui feliz, soñé, tuve esperanza y simplemente terminó. Empecé a creer que la felicidad era simplemente algo que tenía final o que tenía que ser la responsabilidad en las manos torpes de alguien más. Luego, mientas más evolucionaba ese desastre, comencé a arrodillarme a la creencia ridícula de que no merecía ser feliz. Fue así como en meses anteriores empecé a llorar. Ojo, no lo tomen como si me hubiera echado a la pena; simplemente empecé a sentir la frustración pero desencadenada. Venía libre, torpe, pisoteando fuerte y atormentando mi espacio. La miré hasta que se enlagunaron mis ojos. Cuando la mirada intentó nadar en el río de mi lagrimal... me entregué a soñar; como cuando se sueña justo antes de morir (aunque ahí recapitulamos en un sueño pero ese es otro cuento). Rogué, antes de perder la fe, que me devolvieran la creencia de que alguien pudiera quitarme el aliento. Cedí mis últimas plegarias a los dioses y dejé la ternura en un cajón sin llave.

Me transformé en un zombie sin querer, trastabillando en busca de un cerebro delicioso para alimentarme. Cualquiera bastaba. Cualquiera servía. Cualquiera me haría feliz porque la felicidad ya no era un sueño... era una lucha que yo estaba dispuesto a perder.

Indigno de la felicidad, me empecé a creer el cuento... por esto quiero que entiendas que a mi no me han dado tantas dichas. Y no leo mucho desde entonces.

Te soñé, te encontré, me vi en ti y te vi en mi. Fui feliz. Ahora la fe me pregunta si lo merezco.

Le voy a responder mañana cuando la felicidad me destruya la boca en un beso de los dos y me diga: "Si ve que si se lo merece...?"

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