miércoles, octubre 22, 2014

Pensando con Clase

A veces, paso al frente para que hable la rabia. Ella tiene una capacidad de desbordarse cual lluvia en tormenta. Mira alrededor con sus ojos rojos y los recuerdos salen disparados en palabras de plata. Puede destruir todo pasado vivido, porque la cólera todavía la carga en la piel. De las cosas que rescato de la rabia, es que no sube el tono de su voz a menos que sea necesario; con el fijo de su boca puede cortar fácilmente con un susurro. Levanta su puño y las venas de la ira se pueden ver latir desde la distancia (así el oyente sea miope, como los enamorados). Aún así, la rabia habla únicamente una vez cada semestre porque puede ser demasiado perjudicial para los asistentes y, resaltando cualquier otro problema, puede traer un amor equivocado a la clase.
Otras veces, la batuta es cargada en suspiro. Él, tan perro como la timidez y tan gato como la desconfianza, es un viento de pocas palabras. Sus ojos se cierran cuando el público lo espera para escuchar su voz. Su aliento deja que la cabeza diga lo necesario en un pequeño lapsus eólico. Me fascina cuando levanta su pecho, con cierto orgullo silencioso, como quién respira y aspira lo puro. Amo a este personaje porque me ha traído grandes historias (no importa la duración, como un buen beso) A pesar de todos estos halagos, el suspiro no se mueve. Es decir, mueve a quién lo entiende y se quiere llevar un pedazo de él para el transcurso de la vida, pero no es para todas las personas. Puede llegar a ser confundido, con un hipo o arcada; éste último cuando uno se encuentra en estado de embriaguez.
Y el resto de veces, dejo de pensarla por temporales o la pienso como ahora: a secas...